El doctor J.
Jones es toda una autoridad en la física de fluidos. Ocurrió en un pueblecito
de montaña, junto a un pilón donde abrevan caballos y vacas. Después de un buen
rato de sólo observar esas límpidas aguas, le vi coger un palo y una piedra.
Se mantuvo
ocupado en su gabinete toda la tarde, absorto en aquel cuaderno repleto de laberínticas
fórmulas, esquemas y cálculos. No quise molestar al Dr. Jones ni siquiera para
merendar. No le agradaban ese tipo de interrupciones cuando acometía nuevos experimentos.
Después de
cenar una tortilla francesa y un yogurt, me anunció sus conclusiones con
solemnidad.
«Las piedras
se hunden, los palos flotan», dijo.
Le quité el
babero y salió corriendo a buscar su excavadora.
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