Había
sido mi casa durante más de dos años. Y solía observarlo con un resto de
tristeza desde la ventana del pub de Halfpenny. Desarbolado, sobre aquel
varadero junto al Támesis, no era más que un cadáver. Me había quedado sin barco.
Así
que no dudé un instante en presentarme aquella mañana bien temprano en el 4 de
New Burlington.
—Soy
el señor Shackleton —me dijo—. Siéntese.
Y
comenzó a detallarme el objeto del viaje.
Acepté
de inmediato. Entonces, me estrechó la mano con fuerza y me miró directamente a
los ojos.
Buscando
unos peniques en el bolsillo del chaquetón para pagar mi última cerveza antes
de zarpar, me topé con el recorte de papel que me había llevado hasta aquel
muelle.
Volví
a leerlo lleno de entusiasmo.
“Se
buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío penetrante, largos
meses en la más completa oscuridad, peligro constante, escasas posibilidades de
regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.”
¡Eso es! Este es el auténtico espíritu aventurero que reclama el concurso. Sí, señor.
ResponderEliminar