—¿Se le olvidará tocar la
trompeta, doctor? Es pasión lo que ha tenido siempre por ese endiablado
instrumento —. Preguntó Merche, su esposa.
Hoy Germán ya no recuerda
ni su nombre. No reconoce a Merche ni a sus nietos. Ni mucho menos a los de la
banda municipal con los que solía dar aquellos aclamados conciertos en verano. Ahora
podría confundir un trombón con un instrumento de tortura medieval. El
Alzheimer no cesa en su trabajo de demolición. Y más ahora, por la cuarentena,
que se han suspendido las actividades de recuperación para este tipo de
enfermos en el centro al que acude a diario. Merche cuida de él. Y a menudo se
le queda mirando, sentado en su sillón, donde examina con extrañeza todas esas partituras
y que son para él ya un lenguaje de garabatos indescifrables.
Pero, en contra de la
predicción médica, a Germán no se le ha olvidado aún tocar la trompeta. Hay
enfermedades que pueden llegar a ser muy crueles.
A Germán se le dan bien
los pasodobles, y cada tarde dedica unas horas a entonar esos solos con los que
ganó su fama entre los aficionados locales. Cuando remata uno de ellos, se
queda esperando. Busca a su alrededor no se sabe qué. Y al cabo de unos instantes
agacha la cabeza y pregunta a Merche por qué nadie le aplaude ya. Merche no
sabe qué decirle. Se encierra en la cocina y llora. Luego, por ocuparse, se
pone a preparar comida para varios días mientras escucha en la radio el parte
de muertos, de infectados, la evolución de la enfermedad. Piensa en la familia,
en Germán, y llora de nuevo. Se siente inútil contra esta pandemia.
Merche siempre había
sabido obtener ventaja de los inconvenientes que se le habían presentado. Es
eso lo que hace un verdadero héroe, y no volar enmascarado con una ridícula
capa y un estúpido anagrama en el pecho.
Se le ocurrió un día
haciendo natillas. Se acercó al salón y dijo:
—Germán, ponte el
uniforme que esta tarde tienes concierto.
Germán siempre es puntual
para la música. Así que a las ocho en punto estaba en la terraza. Comenzó con
los primeros compases de En er mundo,
su pasodoble favorito. Cuando remató el solo de trompeta, comenzó a hacer
reverencias para agradecer todos esos aplausos.
Abril 2020
(Basado en una noticia escuchada en la radio)
Un relato precioso y emotivo, me ha encantado.
ResponderEliminarGracias. Sé que eres muy parcial con lo que escribo. No importa, me gusta.
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