La
fabulosa condesa de Bridgestone contaba con noventa y tres años. Dormía del
tirón y gozaba aún de una gran vitalidad. «Lo que no consiguió Hitler en el 39
no va a conseguirlo ahora un maldito virus», había afirmado a sus compañeros de
asilo en Colchester. Sus actividades no se habían visto reducidas a pesar de la
pandemia. Había ganado ya dos de las frenéticas carreras que se organizaban de
la sala de televisión al comedor, las que el director tuvo de prohibir por las
apuestas. Pero esa noche esperaba con tensión en su dormitorio, se jugaba toda
su fortuna. A la señal convenida, alguien desconectaría el sistema de oxígeno
del edificio. Ella había apostado por el madrugador Peter, el galés de la 314.
Al
día siguiente sonrió satisfecha cuando bajó al desayuno y encontró la silla de
Peter vacía. Cuando, instantes después, vio aparecer al anciano coronel Wallace
en su silla de ruedas con los títulos de propiedad de varias posesiones sobre sus
rodillas.
Inquietante. Hilando fino. Bien, Óscar.
ResponderEliminarNunca descuides los detalles en una residencia... Recuerda esto dentro de muchos años
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